sábado, 27 de noviembre de 2010

Maceteros urbanos

Foto: La Zubia, Granada, 20-02-2008. 07:45. Frente a la Casa Pintá.

Naturaleza sometida. Eso es lo que siento cuando contemplo esos diminutos maceteros, tan de moda en el paisaje urbano. Plantas, flores domesticadas, confinadas, alejadas de un verdadero suelo en que enraizarse, aisladas de todo lo vivo, rodeadas de ruido y contaminación. Y pienso si no es ese el destino final que el hombre se empeña en dar al resto de seres con los que comparte la creación.

La obra de los naturalistas Charles Darwin, y del menos conocido Alfred Wallace, revolucionó, allá en el siglo XIX, la percepción que los humanos teníamos de nosotros mismos: somos seres vivos con un origen común al de otros muchos. Meditando sobre ello, me asalta la idea de que tan pronto como  tuvimos noticias de este hermanamiento por naturaleza, decidimos, como Caín contra Abel,  iniciar nuestra particular lucha fratricida. En efecto, también el XIX fue el siglo de la consolidación de la revolución industrial y de la economía productiva, esa que encumbró al mercado como dios y señor de todas las relaciones humanas. Esa que luego, un siglo más tarde, se travistió en “economía sostenible” para convencernos de su viabilidad, más “cuidadosa” con la gestión de los recursos naturales.

Pero la catástrofe a las que nos aboca el cambio climático, sólo los necios parecen ya negarla. Aún así las sociedades del primer mundo prefieren seguir adelante con sus hábitos de muerte. Seguimos sin tomar conciencia sincera de que el problema es de una dimensión mucho mayor, y es que el cambio climático es tan sólo la primera consecuencia global de la devastación completa a la que sometemos día a día al planeta, en todos sus rincones.

Nos negamos a reconocerlo. Aunque en lo más profundo de todos nosotros, cuando reflexionamos sin prejuicios, surge la idea de que una forma de vida como la nuestra, basada en el consumo desaforado, no es compatible con el futuro de la Tierra. Y de alguna manera sentimos que debemos cambiar, que también es nuestra responsabilidad. Por eso es hora de ponerse en marcha y pregonar  a los cuatro vientos: ¡Cambio climático, Cambia tu vida!


Por Manuel Durán

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