sábado, 27 de noviembre de 2010

Trabajo Amoroso

Foto: La Zubia (Granada), octubre de 2003. Construcción en la Vega.

Vivimos siempre atareados.  Parecemos hormigas encerradas en un mundo de agitación y prisas. Rutina sin fin. Nos cruzamos a diario con muchas personas, pero apenas logramos retener algo de ellas: el nombre, su rostro, o quizás alguna palabra. Pasan, unas veces vuelven, la mayoría no las volveremos a ver jamás. No parece importarnos, lo aceptamos sin más.

Pero en ocasiones las cosas son distintas, hay personas que apenas necesitan que les dediquemos unos instantes de nuestras vidas para que pasado mucho tiempo después sigamos recordándolas, y nos evoquen un profundo sentimiento de alegría y gratitud. Si miramos, allí las encontraremos: la panadera que nos despacha con un “buenos días primor”, el kiosquero que  sin prisas comenta la última noticia, esa cajera que nos sonríe al devolvernos el cambio, el funcionario que con paciencia y amabilidad nos explica cómo rellenar ese impreso, la azafata que nos reubica en el siguiente vuelo a casa, o el veterinario que con mimo sana a nuestra mascota. Otras veces ni siquiera los llegamos a conocer, pero ahí queda la estela de su esfuerzo, disfrutamos de su trabajo bien hecho: ese sugerente artículo del periódico del domingo, la novedosa vacuna que nos resguardará de los avatares del invierno, o la calidez de nuestro nuevo hogar. Trabajo amoroso que nos hace más humanos.

En circunstancias como las actuales de escasez, pienso que urge recuperar el sentido del trabajo como don que la sociedad nos brinda, y también como donación a la que estamos moralmente obligados. Abandonar de una vez esa alienante y empobrecedora idea capitalista del trabajo como mero factor de producción. El trabajo es mucho más; el Concilio Vaticano II nos lo recuerda con preciosas palabras: “con su trabajo el hombre ordinariamente sustenta su vida y la de los suyos¸ se une a sus hermanos y los sirve; puede ejercer la caridad verdadera y cooperar en el perfeccionamiento de la creación divina”  (Gaudium et Spes, 67). ¡Feliz esfuerzo!

Por Manuel Durán

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