domingo, 1 de julio de 2018

Un misterio

Para Francisco y Belén y todos aquellos que buscan a Dios

“Como puedo creer en un Dios que no veo, un Dios al que le hablo y no me responde”.
Francisco y Belén, cuando se pasa por la terrible experiencia de la muerte, es difícil comprender. La muerte es un sinsentido, al menos a primera vista, y siempre a los ojos de un niño.
Incluso para mí, que la muerte de mi madre me ha acompañado desde tan pequeñito, me resulta muy doloroso recordar a vuestras abuela Pepita y saber que desde ahora ella sólo nos podrá acompañar desde sus recuerdos. No podremos volver a verla nunca más, nunca. No podremos volver a disfrutar de su presencia entre nosotros.
“Intento recordarla y no puedo”, me dices Francisco, con lágrimas en los ojos. Es cierto, para intentar recordarla vívidamente, como cuando estaba a nuestro lado, tenemos que contemplar su imagen en una fotografía. Mira en ésta, ¡Cómo os estáis riendo los dos juntos! ¡Con qué ganas! Es uno de esos fines de semana que con el abuelo Julio vino a visitarnos.
La verdad es que era Pepita era una abuela genial, muy divertida. ¡Cómo os lo pasabais juntos jugando a las cartas, cantando, o contando ella historias de cuando era niña en Prádena, su pueblo segoviano que tanto nos enseñó a amar! Por no recordar sus guisos ¡cómo cocinaba la abuela!
¡Es verdad, Francisco!, la vida de la abuela se ha detenido como congelada en ese trozo de papel enmarcado que abrazas contra tu pecho.
“¿Dónde está la abuela ahora?” Os preguntáis. Fijaos, volvéis a hacer la misma pregunta que se han hecho todos nuestros antepasados desde hace más de 2,5 millones de años. Hoy sabemos que el hombre no tuvo que llegar a ser Homo sapiens sapiens para hacerse esa pregunta, sino que fue mucho tiempo antes, recién adquirida la conciencia, cuando su pregunta por el más allá lo llevó a las primeras prácticas religiosas. La muerte es quizá el primer motivo por el que buscamos a Dios.
“¿Dónde está la abuela ahora?” Es un misterio, algo que nos resulta difícil comprender o explicar, algo de los que no podemos tener certeza, estar seguros.
Es verdad que yo os digo que está junto al Señor mirándolo cara a cara. Completamente dichosa, feliz como no podemos imaginar. No os lo digo para consolaros, sino porque yo lo creo así.
Es verdad que si yo no fuera cristiano, es más, si yo no creyera en Dios, te diría que la  abuela continúa viviendo en nosotros, sólo en nuestros recuerdos, sólo también, en parte, en nuestra forma de ser y de comportarnos. Porque, ¡no lo olvidéis nunca Francisco y Belén!, nuestros padres, nuestros abuelos, nuestros antepasados, no solamente nos dan la vida y su patrimonio genético, no solamente nos alimentan y sustentan cuando nosotros no nos bastamos, sino sobre todo, nos educan, nos transmiten su forma de ser y entender el mundo, eso que llamamos cultura y creencias. Pues bien, te diría todo eso. La abuela vive en nosotros, sólo en nosotros. No te lo diría para consolarte, sino porque lo creería así.
¡Te das Francisco cuenta cómo se trata de creer una cosa o su contraria! Pero a fin de cuentas de creer. Por eso te digo que es un misterio, porque no es posible saber, desvelarlo, por mucho que las personas, creyentes o no creyentes, lo hayan intentado, lo intenten y lo intentarán de generación en generación.
Pero, ¡recuerda!: con los misterios pasa algo aún más sorprendente, lo misterios son reales de una forma u otra, son reales, es decir, existen aunque ello nos fastidie bastante a veces.  
Efectivamente, pueden pasar varias cosas, con esto de Dios y la otra vida. Pueden ser una realidad, aunque nosotros la neguemos, ¡vaya chasco sería! ¿Verdad?, o pueden no ser nada aunque nosotros creamos ¿otro chasco? Me dirás que hay otra posibilidad: que Dios y la otra vida sean reales y nosotros creamos en ella ¡Bingo!
Pero sea lo que sea, pienso que lo verdaderamente importante no es creer o no creer, que también, sino en vivir de acuerdo con lo que creemos, ser auténticos como se dice ahora. Eso es lo verdaderamente cabal. Y además te recuerdo que el hecho de no creer no nos soluciona la vida, más bien al contrario, y además estamos solos para resolver por nosotros mismos eso que llamamos el problema de vivir bien, tener una buena vida.
A pesar de lo que pudieras pensar, las personas no somos tan diferentes como en un principio parecemos, yo mismo, sin ir más lejos, cuando tenía la misma edad que tú, o quizás algún año más, me preguntaba sobre Dios cosas por el estilo de las que te preguntas tú ahora.  Bueno, quizás las cuestiones sobre Dios vinieron algo más tarde, cuando mis profesores de filosofía me mostraron el vértigo y la emoción que se siente cuando nos dedicamos al pensamiento abstracto y metafísico. Cuando era adolescente mi principal preocupación era más bien Jesús, bastante más tangible, que ni siquiera los que no creen pueden negarlo, porque el Jesús histórico vivió en Palestina hace ya dos mil años.
Por aquel entonces estaban de moda los cartelitos, banderines con frases impactantes que todos los adolescentes colgábamos de las paredes de nuestra habitación. Ya sabes, parecidos a los posters que cuelgan en la tuya, pero con frases algo más rebuscadas del estilo de:
“Señor concédeme serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar aquello que puedo, sabiduría para reconocer la diferencia”.
Ese me lo regaló mi madre cuando cumplí los 18 años. ¡Toda una declaración de principios para un niño revolucionario como yo que no le gustaban muchas cosas que veía en el mundo que conocía y quería cambiarlo todo!
Pero hay otro todavía, más impactante aún. Verás, fíjate:
“SE BUSCA. RECOMPENSA: LA ETERNIDAD. Jesús de Nazaret, galileo, 33 años, tez morena, barba y cabellos al estilo hippy, cicatrices en las manos y en los pies. Se acompaña de leprosos, mendigos, perseguidos y una banda de 12 incondicionales. Escandaliza a las masas con frases tan revolucionarias como “amaos los unos a los otros” y “perdona a tus enemigos”. Si lo encuentras…sigue sus huellas”. Ese me lo compré yo cuando cumplí 18 años.  Todo un modelo de vida que seguir.
Los dos aún los conservo. Los habrás visto colgado en las paredes de nuestro estudio.
El mensaje de los dos ha estado de alguna manera presente en mi vida hasta hoy. ¿Y sabes por qué? Porque lo que siempre me ha interesado no es sólo si hay vida después de la muerte, sino que haya vida antes. Y que esa vida sea buena, no simple supervivencia o miedo constante a morir[1]. Una vida buena para mí y para los que me rodean. Al fin y al cabo esa ha sido también la preocupación de todas las tradiciones filosóficas, y de las grandes religiones del mundo. Aunque como bien sabes, eso no quiere decir que en nombre de la sabiduría o de Dios, el ser humano, haya cometido a lo largo de su historia las mayores iniquidades que puedas o no puedas imaginar.
Pero, como te pasa a ti, me preocupa lo impenetrable del futuro hacia el que sin quererlo nos encaminamos[2]. Por ese futuro muchos hombres han sido capaces de hacer de este mundo el Paraíso, pero la mayoría de la veces el Infierno, al menos para la gran mayoría de los seres humanos que pueblan y han poblado la tierra.
Ves como la cosa de la religión, a pesar de lo que a primera vista parece, es una cosa más de este mundo que de cualquier otro. Pero, me pregunto, los que somos religiosos como tú o como yo ¿sabemos lo que realmente eso significa? ¿Qué es la religión? ¿Y si lo buscamos en Google?...
La interpretación moderna, de manos de San Agustín, vincula el término latino religio al verbo religare, “apretar, ajustar, atar”, ya que la palabra latina religio significa, en muchos casos, “acción de atarse, de vincularse, de asumir una obligación”. Por tanto, pienso que podríamos decir que los que somos religiosos estamos atados, comprometidas nuestras vidas con aquello que creemos, comprometidos con Dios.
Y ahora ha llegado el momento Francisco de viajar en el tiempo, y nos vamos al Monte Sinaí, es el siglo XII a.C. o quizás antes. Moisés está entrevistándose con Dios. ¿Ves esa zarza ardiendo que jamás se consume? ¿Portentoso verdad? Moisés es un hombre inquieto, observador, reflexivo. Dios lo ha querido llamar, y como lo conoce, nada mejor que reclamar su atención con un fenómeno tan extraño como una zarza que arde y no se consume.
Los judíos, los cristianos e incluso los musulmanes creen que Moisés era un profeta. No. Un profeta no es un adivino como a veces nos creemos, un profeta nos muestra el rostro de Dios y, con ello, el camino que debemos tomar. Como ves un profeta es algo grande.
Pero volvamos al Monte y escuchemos, Moisés le dice a Dios: “Déjame ver, por favor, tu gloria”. Dios le contesta “Yo haré pasar ante tu vista toda mi bondad”… “Pero mi rostro no podrás verlo; porque no puede verme el hombre y seguir viviendo”[3].
Muchos siglos más tarde, Juan escribe esto sobre Jesús en su prólogo de su Evangelio: “Porque la Ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único que está en el seno del Padre, él lo ha contado”[4]
¿Qué te quiero decir con todo esto? Que como le pasó a Moisés, tenemos que saber que sobre Dios no podemos conocer mucho, más bien poco. Si la muerte es un misterio para nosotros ¡imagínate Dios! ¿Y qué es ese poco que podemos conocer sobre Dios? Su bondad, su infinito amor por el hombre y por todo lo creado ¿tan poco es?
Pero hay mucho más. Los cristianos creemos que Dios se ha revelado, se ha mostrado al mundo a través de Jesús de Nazaret. Él es el verdadero rostro de Dios. No es un profeta, es Dios. Por tanto, si quieres saber quién es Dios, cómo es Dios, busca a Jesús, primero ten fe en él, abandónate a él, confía en él, conócelo, conviértelo en tu guía, en tu referencia de vida… Y llegarás a Dios.
Pues conviene que sepas que tener fe es algo más que considerar por verdadero (o falso) algo que en principio no podemos conocer, algo que es un misterio. Creer es lo que mueve la razón, el corazón y las manos de las personas, lo que engloba todo su ser, el pensamiento, la voluntad, los sentimientos y la acción[5]. La fe debe hacerte un hombre distinto. Si no, ¡perdona que te diga!, no crees en nada.
Pero piensa que el camino con Jesús es como un viaje que inicias con alguien que te cae bien pero al que no conoces mucho, ¡aunque confías en él lo suficiente! Es en el camino dónde lo terminas de conocer, en las aventuras que vivís, en los chistes que os contáis, en esas noches contemplando el cielo, en las fiestas a las que vais, pero también en esos días tristes, en las incomodidades del viaje, cuando caes enfermo… Al final del viaje han surgido unos lazos de afecto y amistad, y os termináis queriendo como hermanos. Sois inseparables. No concebís la vida el uno sin el otro. Soy amigos de por vida, para los buenos, pero sobre todo para los malos momentos. Pero para llegar a eso os habéis tenido que dedicar tiempo, gastar tiempo, el uno en el otro, habéis tenido que superaros, dejar a un lado vuestros egoísmos, poner en común todo lo bueno que tenéis. Me dirás que ha merecido la pena.
Pues verás que cuando conozcas a Jesús no concebirás la vida sin él, sin seguirlo, sin ser su discípulo, como se dice en los evangelios. De seguirlo a cualquier parte dónde la vida te lleve.
Además esto de seguir a Jesús, tener fe en él y en lo que él más ama, su padre Dios, tiene una segunda ventaja, no menos importante, pienso yo, que es que se aprende a amar a los demás, a darte a ellos, a tener una vida plena y feliz en comunidad, a ser más humano. Seguir a Jesús es darse la “vida padre”, nunca mejor dicho, pero eso sí, sin miedo al futuro, sin miedo a la muerte.    
Bueno, pues hemos llegado al final del principio de este libro que hoy tienes en tus manos. Sí Francisco, te he escrito un libro sobre Dios, y un libro sobre la vida que comienzas a vivir. 
El primer motivo es que llevo muchos años de búsqueda, de reflexión, pues soy de los que piensa, como tú, que la fe no es cosa de creerse cualquier cosa que te cuenten, aunque sea tu propio padre, el catequista o el sacerdote. Quiero compartir contigo esos esfuerzos y darte razón de mi fe, una fe razonada y creo que razonable, por si a ti te sirviera para iniciar tu propia búsqueda. Una búsqueda que puedes aplazar, pero que no puedes rehuir por tiempo indefinido, porque está impresa en tu propia naturaleza de hombre, como antes te quise contar con esa historia del nuestros antepasados de las cavernas. ¡Y ya te estás haciendo un hombre!
Pero hay un motivo, quizás más íntimo. Necesito hacerlo, no me preguntes por qué pero así es, es para mí una necesidad vital escribir sobre mi fe.
Pero antes de finalizar hay dos cosas que quiero que tengas muy claro, y que a veces a mí me han llevado de cráneo durante mucho tiempo.
La primera es que los creyentes no estamos obligados a cargar sobre nuestros propios hombros con todas aquellas cosas deleznables que han hecho nuestro antepasados en nombre de Dios. Para hacer el mal el hombre siempre se ha bastado bien solito.
No sólo podemos, si no que debemos rechazar todo lo que en la religión hay de inhumano, todo los que aleja al hombre de Dios, todo lo que hace que Dios no interese al hombre moderno, o postmoderno más bien. Estamos obligados a separar el grano de la paja, para que el grano de fruto.
La segunda es que las personas de ciencia podemos creer en Dios con más motivo que las personas que no saben de esto mucho. Los científicos sabemos que el hombre con un buen método, tiempo y esfuerzo puede conocer muchas cosas. También sabemos que hay cosas que no conoceremos jamás.
Porque los hombres de ciencia no creemos en la magia, podemos creer en Dios con más conocimiento, sabemos incluso mejor lo que nos traemos entre manos. ¡Escúchame!, no buscamos a Dios para explicar las cosas que no podemos explicar de otra manera, sino para dar sentido, verdadero sentido, a las cosas que conocemos. ¡Claro que los científicos podemos creer en Dios sin que seamos tomados por locos o desequilibrados por sus nuestros propios colegas!  
A su debido tiempo te hablaré de todas esas cosas. Por hoy ya es suficiente.




[1] Fernando Savater. 2001. Ética para Amador. Ed. Ariel. Barcelona. P 172
[2] Joseph Ratzinger. 2007. Jesús de Nazaret. La Esfera de los Libros. Madrid.
[3] Éxodo (33, 18-20).
[4] Jn (1, 17-18).
[5] Hans Küng. 2011. Lo que yo creo. Editorial Trotta. P 11.

miércoles, 5 de octubre de 2011

RELATOS DE INFANCIA

                                                              A mi nieto Francisco que todos los
                                                             días me  pregunta  por  mi infancia.

Nací en Campofrío, provincia de Huelva, partido judicial de Aracena. No tengo recuerdos de esos dos años que viví en mi pueblo. Mis primeros recuerdos son de Castilleja de Guzmán a la que llegué con tres años. El pueblo se extendía a lo largo de la carretera, tenía una plaza grande subiendo la cuesta a la izquierda, con un pozo en medio. Jugaba a los coches y con mis amigos “al da”. Recuerdo que un día jugando nos acompañaba el Lince, un pastor alemán del sargento de la guardia civil, que además tenía una perra, Cascarilla, que era muy cariñosa. Jugábamos “al da” y un niño, él que se quedaba, me perseguía para cogerme. El Lince  creyó que el niño quería hacerme daño y le mordió en el culo. Yo estaba todo el día jugando con los perros e incluso alguna vez me quedaba dormido junto a ellos. Iba al colegio de D. Juan que estaba al principio del pueblo, en un aula, estábamos todos los niños, pequeños y grandes. A mi hermano Manolo le salían verrugas y mi madre le dijo que cogiera un garbanzo por cada verruga y fuera al pozo de la plaza, se asomara al brocal y dijera en voz alta: verruga, verruguita vete al agua, y echara los garbanzos al pozo. Lo curioso es que a mi hermano le desaparecieron las verrugas

Mi padre que era guardia civil fue trasladado a Sevilla, al cuartel de Miraflores, tendría yo unos cinco años, hablamos de 1937. El cuartel era muy grande. Tenía dos edificios unidos por un estrecho pasillo en la planta baja y por la azotea. La casa de los guardias civiles rodeaba el patio central de cada edificio. Yo vivía en el primer patio donde estaba el guardia de puerta. La entrada al cuartel se hacía por una puerta muy grande que estaba delante del primer patio. La puerta de entrada al segundo patio estaba siempre cerrada. Dando a la fachada estaban las casas del capitán, teniente, brigada y sargento. También en la fachada, en el lado este, estaba la tienda del “Bigote”. El dueño era muy bajo y estaba gordo como una bola de nieve, tenía un enorme mostacho y un genio de aúpa, era un cascarrabias indomable. Me acuerdo el día que murió, llovía a cántaros.

Los niños jugábamos mucho dentro del cuartel. Mi amiga más íntima, yo tenía unos seis años, era Antoñita, hija de Atalaya, guardia civil que tenía su pabellón en la azotea. Antoñita era muy guapa y muy morena. Siempre estábamos juntos y jugábamos “al tejo”. El día de la patrona, la Virgen del Pilar, se hacía una verbena, se adornaban los patios, había baile y los mayores hacían un ponche riquísimo. Como recuerdo guardo una foto familiar donde estamos todos, niños y mayores, junto a la pared que cerraba el patio. Antoñita estaba a mi vera con la melena suelta. Recuerdo también el día que sonó la sirena porque unos aviones de los rojos querían bombardear Sevilla. Todas las mujeres de los guardias civiles cogieron a los niños y nos llevaron a la escalera que daba entrada a la casa del brigada y nos refugiamos debajo de la bóveda. Muchos días cortaban el suministro eléctrico. Esos días a oscura lo aprovechábamos los niños para jugar “al escondite".

Siendo niños conocí a personajes muy típicos. Recuerdo a Raimundo que iba con un burro muy flaco vendiendo frutas. Se contaba que un día le tocó la lotería y estando Raimundo viendo el décimo premiado, el burro le dio un mordisco y se lo comió. Recuerdo a Leal, un quincallero que con un carrito lleno de cajones, vendía botones, hilo, cremalleras. Los carros de Aramburu tirados por tres mulos recorrían la avenida. Los carreteros dejaban que los hijos de los guardias nos subiéramos en ellos y así hacíamos el camino desde la parada del tranvía en La Ronda hasta el cuartel que estaba en el número 38 de la avenida. Un día jugando en el campo de los chinos me encontré una pistola que estaba escondida en los matorrales cerca de la funeraria, la llevamos al cuartel. En el campo de los chinos jugábamos a “la pedrea”. Nos dividíamos en dos grupos separados unos veinte metros y comenzaba el juego tirándonos piedras, yo tuve suerte y no terminé con la cabeza rota. El campo de los chinos era un descampado entre la avenida y la Cruz Roja de Capuchino. En primavera íbamos a volar los panderos.

Los domingos mis padres nos daban la paga, un real. Yo lo gastaba en chucherías: caramelos, chufas, algarrobas, garbanzos y en cigarrillos de matalauva  que fumábamos a escondida.

Los niños del cuartel formamos un equipo de fútbol y nos enfrentábamos a los niños del primer grupo, una casa muy grande que estaba enfrente. Jugábamos a la pelota que era de trapo y el partido duraba el tiempo que la pelota se rompía en mil pedazos. Nosotros nos entrenábamos en la acera, delante del cuartel, que era muy ancha.

Tuve una infancia muy feliz. Los niños no éramos conscientes de la época que se vivía por aquel entonces. La guerra civil, el racionamiento…para nosotros era el juego lo principal, bueno, también el colegio como te contaré.


Por Fernando Durán Grande

                                          

MI VIDA ESCOLAR

Estudié la primaria en el Colegio de Felipe Benito, el bachillerato en el colegio de Santo Tomás de Aquino, los cursos comunes de la licenciatura de Filosofía y Letras en la Universidad de Sevilla, la especialidad de Filología Románica en la Universidad de Granada y también el doctorado. En la Universidad Central de Madrid hice el graduado en Sociología y Psicología aplicada. Posteriormente realicé un máster de Experto Universitario en Didácticas Especiales en la Universidad Complutense y estudios de teología en la Universidad de Comillas.

El edificio del Colegio de Felipe Benito era muy bonito. Mirándolo de frente tenía una torre, la entrada principal y tres clases con ventanales muy amplios. Por la entrada lateral que daba al campo de fútbol entrábamos los alumnos. Detrás un patio central y un porche que lo rodeaba. La clase cuarta daba al campo de fútbol. El lado sur y dando al patio central estaba la residencia de los Hermanos de la Doctrina Cristiana. Se entraba por la puerta principal, a la izquierda la capilla y enfrente el Salón de Actos. Había un naranjal en la parte trasera y jardines en el frontal.

Tengo muy buenos recuerdos de mi colegio. Yo estuve en él cuatro años. Ingresé en la clase cuarta y al llegar a la clase segunda abandoné el colegio para hacer el examen de ingreso en el bachillerato que entonces constaba de siete años. Fueron cuatro años de mucha felicidad. Recuerdo con mucho cariño a los hermanos Eduardo, Salomón y Tarsicio. Al hermano Tarsicio debo mi vocación lingüística literaria. Daba unas clases de lengua que te dejaba boquiabierto. Aún me emociona su capacidad para recitar, lo hacía a las mil maravillas. El hermano Salomón me inculcó el hábito de la lectura. Recuerdo que en sus clases se leía mucho, a veces en voz alta. Se leía El Quijote, Samaniego, Espronceda, Gabriel y Galán, Las Mil mejores poesías en Lengua Castellana, Azorín y Miró. Del hermano Eduardo aprendí la importancia del cumplimiento escolar, la serenidad, la sensatez, la bondad.

A diario, en el patio, nos reunían a todos los alumnos, antes de empezar las clases. Se rezaban tres Avemarías y se cantaba a la bandera de España, después en silencio y en fila nos dirigíamos a nuestras clases.

Las clases eran rectangulares con cuatro filas de bancas bipersonales. Las bancas tenían una parte fija y plana donde estaban los tinteros de tinta negra y roja; y una parte ligeramente inclinada que era una tapa que se abría y dentro estaba el cajetín donde se guardaban los cuadernos, lápices y palilleros con sus plumas. Era obligación de los alumnos mantener siempre limpio el pupitre, de vez en cuando había que limpiarlo. Los hermanos pasaban revista y te premiaban con vales que después podías canjear por libros de cuentos. Me llamaba mucho la atención el puntero que era un artilugio que a través de una lengüeta producía un sonido agudo. Lo utilizaba el maestro para que guardáramos silencio y dar la vez, por ejemplo, en la lectura en voz alta.

Se celebraban campeonatos de catecismo, entonces el Ripalda, que yo me lo sabía de memoria, preguntas y respuestas. Fui varias veces campeón del colegio.

También me gustaba mucho el estudio de la Geografía de España. Geografía descriptiva. Me sabía de memoria los ríos de España con sus afluentes, los sistemas montañosos, las comarcas, las ciudades y los pueblos. Todavía hoy, después de tanto años, los recitos de memoria. El estudio de la geografía ha sido siempre mi hobby. Tengo en mi biblioteca personal muchos libros de geografía. Cosa curiosa fue que andando el tiempo fui profesor de Geografía Lingüística en La Universidad de Granada. Aún hay más. Ahora cuando me siento cansado de estudiar o leer lengua y literatura, cojo un libro de geografía y me libero del stress. Soy un lector empedernido de los libros de viaje ya que en ellos se unen las pasiones que me inculcaron mis profesores de primaria, la geografía y la literatura. Fíjate, hoy mismo, cuando escribo estos recuerdos, tengo sobre la mesa de mi despacho “El río del olvido” de Llamazares y el de Pla “Un viaje en autobús”.

Debo mucho a mis profesores de primaria, no sólo por la afición al orden y al estudio sino también porque me dieron una incipiente formación religiosa, una base, que ha sido muy decisiva en la formación de mi personalidad.

Aún me asombra la liturgia de la Palabra que celebrábamos fuera del horario escolar. La novena a la Inmaculada era todo un lujo. El exorno del altar, las palabras del celebrante y el coro de voces blancas eran una fuente de emoción estética y religiosa.

En los recreos se jugaba mucho al frontón. Los hermanos, todos castellanos de León o Valladolid, eran muy aficionados. Se jugaba al frontón a mano. Afición que yo mantuve muchos años. En Sevilla, en la calle Sierpes, había un frontón profesional en lo que hoy es una librería y en tiempo fue un cine-teatro.

De mi casa al colegio iba andando. Terminaban las casas y había una fábrica de corcho y enfrente un campo de fútbol de tierra que después fue canódromo. Más adelante la Casa Lavadero, un caserío abandonado, que tenía dos grandes piedras delante de la puerta llenas de agujeros de tal manera que orinabas en uno y el chorro salía por otro distinto, después el paseo de las moreras y el colegio, al fin. En primavera cogíamos las hojas de las moreras para alimentar a los gusanos de seda que guardábamos, en casa, en caja de zapatos.

El colegio organizaba en horas extraescolares paseos. Así recorrimos todo el entorno del colegio: la Casa Cuna, el Cementerio de San Fernando, el Hospital de los Locos. Nos inculcaron un fuerte amor por la agricultura, visitamos granjas y huertas de alrededor. Este amor por la tierra lo he mantenido siempre a lo largo de mi vida. Con mi familia hemos paseado por la Peña de Francia, La Alpujarra, La Sierra de Aracena.

Un día inolvidable en el colegio fue el de mi primera comunión. Aún tengo en casa mi misalito y el rosario, también la orla.

De mayor estuve un día en el colegio. Todo me pareció más pequeño. Había desaparecido el naranjal pero allí estaba el campo de fútbol. Me emocioné al pasear por el porche y al asomarme a la clase segunda me pareció ver al hermano Tarsicio recitar los versos de Gabriel y Galán y allí estaba yo mismo y mi compañero Palacios emocionados. Salí del colegio a la avenida y tampoco estaban las moreras.

        
        
Por Fernando Durán Grande

lunes, 16 de mayo de 2011

El LIBRO Y SUS ENSEÑANZAS

Jaime no era un chico como los demás. No le gustaban ni las peleas, ni los deportes, ni nada de lo que le gustaba a los chicos de su edad, y esto para los demás niños era muy extraño. Por eso trataban a Jaime como a un bicho raro, hasta el punto de meterse con él siempre que podían y, no contentos con esto, todos le hacían el vacío dejándolo siempre solo.

Un día, en una excursión, todos los chicos estaban jugando al futbol salvo Jaime. Y cuando consigue darle por una vez al balón, lo manda entre los matorrales. Cuando fueron a buscarlo uno de los niños se encontró un libro y se lo entregó a la profesora, y ésta decidió que todos los días leerían ese libro.

Aquel libro relataba pequeñas historias de aventuras, sabios, piratas, etc. La profesora sabiendo del tema de Jaime y los demás chicos, modificó aquellas historias para hacer a los niños reflexionar, y poco a poco con el paso del curso esta profesora consiguió que los demás chicos trataran como a uno más a Jaime.

Con esto consiguió salvarlo de la soledad en la que se encontraba y no podía salir.

Todos los cuentos tienen una moraleja, y la de éste es que es necesario tener los ojos bien abiertos para evitar el sufrimiento y acoger a las personas que son diferentes a nosotros.



Por Francisco Manuel Durán Gómez. 1ºESO B.

lunes, 2 de mayo de 2011

LA VOCACIÓN LAICAL, TESORO DE LA IGLESIA: la vocación, la comunión y la presencia en el mundo

I.- La vocación.

            La vocación cristiana se sustenta sobre dos pilares fundamentales. La invitación de Jesucristo a seguir su proyecto de vida y la llamada a pertenecer a la comunidad creyente.

            La vocación supone un cambio sustantivo de la existencia. La llamada de Dios a través de Jesucristo, sorprende al hombre en su tarea habitual y orienta su vida hacia un punto concreto cuyo secreto se reserva Dios. El hombre toma conciencia y organiza toda su vida en relación con la llamada y descubre su itinerario existencial en la vida de Jesucristo, que pasa a ser el modelo a imitar. Vivir la vida cristiana deberá ser siempre un ejercicio que todo llamado realiza en sintonía con Jesucristo y como respuesta a su interpelación.

            La vocación nace, se regula y fundamenta en el bautismo, después se experimenta en la vida por las gracias recibidas en la confirmación y es sostenida y celebrada en la Eucaristía que se vive en la comunidad creyente, dado que la Iglesia es la depositaria de la vocación y entrega cristianas. En la Iglesia se desarrollan los carismas al sentirse amado y animado por todos los miembros de la comunidad.

            La vocación, es decir la respuesta a la llamada de Jesucristo, es un itinerario de conversión ascendente y la fe y la esperanza le dan sentido pleno. El recorrido es todo un proceso de santificación personal que responde a la pregunta: ¿qué significa para el creyente el ser hijo de Dios? Primeramente sentirte unido a Jesucristo “seguir unido a mí y yo a vosotros”, y después, poner todos mis valores, mis posibilidades, al servicio de ese sentido de unidad descubierto, que necesariamente pasa por amar la vida en los hermanos. “Este es mi mandamiento que os améis los unos a los otros como yo os he amado”.”Nadie tiene amor mayor que el que da la vida por sus amigos”.

            Es la entrega de Jesús la que da sentido, contenido y coherencia a la relación de amor con el Padre Dios. Seguir a Jesucristo siempre será un camino ascendente con una  doble posibilidad. En primer lugar será una cristología del camino en virtud de poner a Jesucristo en el centro de gravedad de los pensamientos y conducta. El creyente se deja conducir por el testimonio de vida de Jesús. En segundo lugar, Jesucristo se convierte en el camino del creyente y ese camino es un recorrido hacia la total interacción en el proyecto de Jesús que contiene la Palabra. El creyente es consciente que el Espíritu Santo es el aliento, la fuerza y el fuego que sostiene la creencia. Amar al Espíritu Santo, amar a la relación amorosa entre Dios y Cristo sumerge al creyente en la Trinidad. El creyente vive enamorado de ese amor de Dios en Jesucristo y en el Espíritu que le da sentido a la vida, que abre hacia el presente y al futuro en la esperanza. Así el creyente, el llamado, no puede vivir sin estar en contacto con los hermanos. Lucha ilusionadamente por un  mundo mejor, se implica en aquello que censura, se siente parte viva de ese hermoso tejido que es la existencia. La vida del creyente es un territorio donde el amor, la oración, la penitencia, el perdón han encontrado su sitio y sobre ellos la verdad y la justicia. El descubrimiento de la verdad en Jesucristo te hace amar la vida y vivirla desde la esperanza sobrenatural.

II.- La comunión.

            El cristiano evangeliza mediante la influencia. En este sentido la tarea misionera crea relaciones humanas en los distintos campos en los que se desarrolla la vocación cristiana y, en consecuencia, la tarea apostólica crea relaciones humanas basadas en el acompañamiento y en el compromiso con el otro.

            Siempre que participamos en una acción apostólica surge en el creyente un compromiso con la verdad. No se puede olvidar que Jesucristo es la verdad experimentada. El cristiano se esfuerza en vivir en la verdad que es participar activamente en la realización de Cristo en la vida personal, familiar, social, cultural y política. El descubrimiento de la verdad en Jesucristo nos hace amar la vida y vivir de la esperanza sobrenatural.

            La comunión se da en el seno de la Iglesia como espacio de Dios y depositaria del mensaje de Jesucristo. En la Iglesia se vive y se celebra el misterio revelado. En consecuencia la vocación cristiana se desarrolla y fortalece en la vivencia de su eclesialidad. La primera dificultad la encontramos en los criterios humanos, intelectuales y de fe en los que se argumenta el seguimiento de Cristo y la segunda en la manera de vivir el ser Iglesia. La Iglesia se manifiesta prioritariamente en su solidaridad hacia todos sus miembros y hacia el mundo, siendo hombres y mujeres disponibles, abiertos hacia y para los otros. Hombres y mujeres que crecen y hacen crecer al mundo en el culto a Dios y en la oración y viven y se desarrollan en la misión evangelizadora de los contextos sociales. Hombres y mujeres que se sienten hijos de Dios y viven la filiación compartiéndola.

            Hombres y mujeres que por el bautismo, la confirmación y la eucaristía se transforman en un espacio eclesial de santidad y de santificación y se sumergen plenamente en la dimensión trinitaria de la divinidad.

            Hombres y mujeres que saben vivir y comprender que los sacramentos específicos recibidos son dones que enriquecen y fortalecen la vivencia comunitaria de la Iglesia. Vivir la comunión es vivir en círculo la corresponsabilidad y no vivir verticalmente las exigencias comunitarias.


III.- La presencia en el mundo.
           
            La presencia del cristiano en el mundo es fundamental para crecer en la fe y en el seguimiento de Cristo.

            Siempre se siente miedo de vivir la vida sin detenimiento y esta filosofía te lleva a implicarte en todo aquello donde los hombres y uno mismo desarrollamos la existencia. Hay que procurar armonizar la vida, estructurarla, para hacer realidad esa implicación. Hay que analizar y evaluar las realidades del mundo, procurarse una información veraz de los acontecimientos culturales, sociales, políticos y científicos. El cristiano es un defensor de la verdad, de la justicia y vive la vida  desde esa radical perspectiva. La presencia del cristiano en el mundo debe ser siempre comprometida y en consecuencia conflictiva y dificultosa. Hay que renunciar a bienes personales y prebendas en defensa de los otros. Hay que renunciar a comodidades e incluso a parcelas de bienestar.

            La primera dificultad está en ser consciente, que somos personas consagradas, casa espiritual y sacerdotes por la unción del Espíritu Santo en el bautismo. La segunda dificultad es la pereza para crecer en la vida interior, espiritual, para perseverar en la oración y potenciar la vida de gracia. La tercera dificultad está en repasar los criterios intelectuales, humanos, vivenciales y sociales es los que se apoya la fe creyente. La cuarta dificultad está en comprobar si en el ejercicio de la caridad, asistencial y política, mi vida espiritual crece y es camino de santificación. La quinta dificultad está  en tomar conciencia de ser Iglesia y vivir y manifestarse con coherencia de vida; celebrar los sacramentos y recibir diariamente el sacramento de la eucaristía.

            En la vida pública la mayor dificultad está en aceptar el vivir a la intemperie y en la frontera. La vida cristiana transcurre en un contexto de increencias y agnosticismo. Esa vida te exige dar testimonio y siempre se tendrá miedo de no dar la talla de cristiano.

            Los retos son muchos y muy variados, vivimos en la riqueza que proporciona un sistema democrático y pluricultural. Vivimos en un mundo  vacío de ideas y valores, donde el pensamiento ha fracasado. En la cultura moderna ha triunfado la razón instrumental, se ha instalado la mentira y la inmoralidad. Vivir en cristiano en este mundo no es fácil. En el fondo nosotros también participamos en mayor o menor grado del consumismo, las comodidades, el hedonismo. Para superar esto un cristiano tiene que vivir la fe en Jesucristo con radicalidad y coherencia, lleno de esperanza y sabedor  que el mismo Jesucristo está implicado y que Él abrirá las puertas y ventanas para que la misión evangelizadora llene de luz el mundo.


           
Por Fernando Durán Grande

miércoles, 2 de marzo de 2011

WEISS, mi gatita blanca


Era un día de primavera de hace ya algunos años. Mis hijos Manolo y Lola se presentaron en casa con una gatita recién nacida. Se la encontraron abandonada en la calle Valparaíso, al salir del Colegio Alemán. Venían muy contentos con la dulce carga y con los ojos iluminados de una alegría infinita. La traía Manolo en brazo y Lola apoyaba su mano derecha en la barriguita de Weiss. Era blanca con unas manchas negras en el costado derecho y en la punta de su cola. Era una pelota de algodón, con dos ojitos color de caramelo de menta, y una boquita de cereza partida en dos. Venía hambrienta. Lola le preparó un biberón  de leche fresca que Weiss la consumió en un periquete. Weiss vivió con nosotros, en la familia, hasta hacerse adulta.

Weiss tenía una canasta de mimbre con una mantita que le servía de cama y nido. Tenía también dos escudillas, una para la comida y la otra llena de agua para beber. En la terraza una caja de madera con arena.

Weiss era muy sociable con nosotros y muy huraña con los extraños. Jugaba todo el día con una pelotita de trapo. Al llegar el mediodía corría hacia la puerta de la casa, se sentaba esperando la llegada de los niños y ya no se separaba de ellos. Jugaba y jugaba. Se ponía panza arriba para que la acariciaran su barriguita y con las patitas traseras, sin sacar las uñas, se defendía, era su juego preferido.

Comía de todo pero le gustaban mucho los menudillos de pollo. Cuando María, mi mujer, en la cocina, preparaba el pollo, se acercaba sigilosamente a ella y le daba ligeras topaditas en las piernas esperando el suculento alimento. María tardaba en dárselo y ella con paciente espera runruneaba una y mil veces hasta que al fin ella los depositaba en la escudilla. Weiss corría y antes de comer volvía a la cocina y se lo agradecía dándole varias topaditas y soltando un suave maullido, después se hartaba y se tumbaba sobre un rayito de sol que entraba por la ventana de la habitación de los niños.

Mi hija Lola se había encariñado mucho con Weiss y ésta lo sabía. Torcía su cabecita hacia el lado derecho y se le iluminaba su carita, adelantaba la patita derecha y levantaba levemente ofreciéndola con adoración y felicidad. De noche, corría desde el dormitorio de Lola a la sala de estar, se paraba junto a ella, maullaba  y volvía a correr hacia el dormitorio, así una y mil veces hasta que Lola se levantaba. Se iba al dormitorio y se echaba en la cama. Weiss se recostaba junto a sus piernas. Recuerdo una noche que decidí levantarme a medianoche para ver donde estaba Weiss, fui hasta su nido y no estaba. Me acerqué a la habitación de Lola y allí estaba. Se había metido entre las mantas y tenía su cabecita blanca sobre la almohada, estaba dulcemente dormida.

Weiss hizo su primer viaje en coche a Higuera de la Sierra. Era verano y toda la familia nos desplazamos a la sierra para mitigar el fuerte calor de Sevilla. Mi gatita en el viaje se mareaba. Hicimos una parada en el límite de las dos provincias y descansamos un rato junto al cartel del Toro de Osborne. Nos bajamos del coche y la soltamos en el campo, tenía miedo al principio, después se puso a jugar con las orugas, saltaba para coger las mariposas y mordía la hierba fresca.

La casa de Higuera de la Sierra era muy bonita. Se entraba y había un largo pasillo hasta el comedor y el patio. A mitad del pasillo estaba la despensa y las escaleras que subían al doblado. A la izquierda quedaban las habitaciones de dormir, la cocina y el cuarto de baño. El patio tenía un pilón y junto a él un ciruelo y un limonero lunero. A Weiss le gustaba mucho la casa. Corría de la puerta al patio y del patio a la puerta. En la puerta se paraba, se frenaba y sacaba su cabecita entre la cortina para observar la calle. Un día estando yo sentado en la butaca del comedor venía corriendo a una velocidad endiablada, salto sobre mis piernas, el rabo gordo como un puerro y en la puerta se asomó un perro callejero que ladraba. Weiss había descubierto a su natural enemigo. Muchos días se subía al ciruelo y después no sabía bajar. Manolo tenía que rescatarla y ella mimosa bajaba maullando suavemente. Jugaba con el chorro de agua de una pequeña manguera que usábamos para regar y refrescar el patio y cuando se mojaba huía encaramándose al ciruelo. En la sierra conoció a su primer novio pero no trajo descendencia.

Su segundo viaje fue a Alcalá de los Panaderos. La familia nos desplazamos a Santander. Llevamos a Weiss a casa de mis suegros. Allí lo pasó muy bien. Se pasaba el día corriendo por los tejados y se ponía a descansar junto al horno de pan. Se extendía rechoncha sobre las palas y los serones. No dejaba que la acariciaran. El día que fuimos a buscarla  la tuvimos que llamar varias veces. No nos hacía caso, estaba enfadada. Al fin vino protestando, la cogimos dulcemente y volvió a Sevilla.

En Sevilla, cuando salíamos y la dejábamos sola, se pasaba todo el tiempo detrás de la puerta de la calle esperándonos y cuando llegábamos salía corriendo y se escondía debajo de la cama de los niños y tardaba mucho tiempo en aparecer.

Un día triste de otoño estaba Weiss enroscada sobre una butaca de la sala de estar, se quejaba lastimosamente y observamos que por las tetillas depuraba un líquido blanco pastoso. La llevamos a su médico y le recetó no se que mejunje que no le sirvió. El veterinario nos dijo que tenía cáncer de mama. Cada día sufría más y sus maullidos eran más agudos. La llevamos de nuevo al veterinario. Fernando, mi hijo, la llevaba en sus brazos. Weiss recorrió el camino con su cabecita sobre el pecho del niño, acurrucada. No hubo medio de tenderla sobre la mesa de operaciones de la clínica y el veterinario le puso una inyección fatal.

Weiss se quedó dormida en el regazo de Fernando. Murió en la Calle Valparaíso junto al chalet donde la encontramos abandonada cuando era una pelotita de algodón. La enterramos junto a la vía del tren para que llegara antes al paraíso de San Francisco de Asís donde los gatitos viven eternamente.

Por Fernando Duran Grande

viernes, 25 de febrero de 2011

La Calle Elvira

He crecido contemplando la naturaleza. Hoy, esa naturaleza, me llama, es casi un clamor, una imperativa llamada que transforma mi corazón y mi conducta. Soy labrador de la tierra, también su campesino. Soy labrador y pastor que vive la vida con prevención y asombro.

Amar la tierra es conocerla, asumirla y defenderla. Se ama la tierra amando la tierra cercana, esa tierra que rodea y hace singular a nuestra tierra granadina. Amo los árboles que dan sombra en el Paseo de la Bomba, los tilos del Paseo de los Tristes, la asombrosa naturaleza que rodea y sostiene a La Alhambra, al agua que fertiliza la arboleda y el plantío del Generalife, al paraíso alpujarreño, al Valle de Lecrín, a las tierras de Alhama...

Y sobre la naturaleza amo la vida. Amo la cultura, la sabiduría, al ingenio, amo al hombre, eje, criterio y fundamento de la existencia. Amo al hombre que trabaja y construye, al que piensa y crea espacios cálidos de bondad y fermento; al hombre que se esfuerza junto a otro hombre para que la realidad espacial sea gratificante. El hombre que dialoga es un dios creador porque con el diálogo crea el entendimiento y la comunión, fermenta la vida y la hace resurgir como un manantial de agua transparente.

En Granada “la sabiduría grita por las calles, en las plazas levanta su voz, desde lo alto de los muros llama, en las puertas de la ciudad (La calle Elvira al fondo) pronuncia sus arengas”. En Granada me hice persona. Granada me enseñó a amar la tierra, a las personas, a la cultura, a las costumbres, al paisaje, a la naturaleza toda. En Granada me sentí agente de sus manifestaciones y tradiciones. Desde entonces hasta hoy, muchos años ha, mi vida se llenó de naturaleza y agua. Creció la vida en mí y con la vida, la experiencia y con la experiencia el amor a todo aquello que ha hecho realidad ese sueño que es Granada




Por Fernando Durán Grande

domingo, 20 de febrero de 2011

Mi amada Portugal

He recorrido medio mundo pero si tuviera que elegir un lugar para vivir fuera de mi tierra andaluza, sería Portugal la elegida. Conozco Portugal desde Norte a Sur y de Este a Oeste. Desde Braganza y Oporto hasta Faro, y de Guarda, Elvas y Evora a Coimbra, Peniche o Lisboa. Este amor por la tierra portuguesa me lo inculcó mi madre que nació en La Raya extremeña. Recuerdo con emoción a mi madre en la cocina de la casa cantando en portugués. De niño en la aldea de La Fontañera jugaba con mis amigos al patijuelo del cachiporra y el marco que se pintaba en el suelo, la mitad quedaba en España y la otra mitad en Portugal.

He viajado por Portugal siguiendo los itinerarios que me marcaban sus escritores más significativos: Herculano, Torga, Eça de Queiroz, Galvez, Ferreira de Castro y Saramago. Cuando llegaba a una ciudad, por ejemplo, a Castelo Branco, lo primero que hacía era visitar el mercado municipal, después los monumentos y por último su gastronomía. Esta costumbre la inicié en Granada, aquel día 13 de octubre de 1957, cuando la visité y viví por primera vez. Salí de la calle Conde de las Infantas, de casa Ceferino, mi casero, hacia la Placeta de la Trinidad y de allí subiendo hacia la catedral me topé con el mercado de pescado situado por aquel entonces cerca de la Plaza de Bib-rambla. Daba gloria ver a las pescaderas con sus batas y cofias blancas pregonar la mercancía. Granada, toda su idiosincrasia, estaba allí representada. Desde entonces hasta hoy mismo siempre que visito una ciudad empiezo mi ruta por el mercado. El que más me ha impresionado es el de Coimbra.

Aunque el verano pasado me atreví a viajar al Alto Alentejo, visitando Castelo de Vide, Marvao, Portalegre, ahora mi añoranza de Portugal es el Algarve próximo. Desde la terraza de mi apartamento en La Antilla, mirando al Oeste, veo en la lejanía, pegada al horizonte, la tierra portuguesa con Monte Gordo al fondo. Todos los días como si de un rito se tratara, al levantarme corro hacia la terraza y miro al poniente y saludo como Camoens a mi Portugal amada. Leer a Camoens es una fiesta. Recuerdo mi visita a Pugna Tagi, Constancia, donde el río Zezere se mete en el Tejo haciendo un ruido infernal al choque de las corrientes del agua. En la orilla izquierda del afluente hay un monumento en memoria del patriarca de las letras portuguesas. Está sentado con los brazos en forma de regazo que te permite sentarte sobre el poeta y en sus brazos mirar el paisaje y sentir y vivir el gemir del agua.

Salgo temprano y arribo a El Algarve por el puente internacional sobre el río Guadiana que en este lugar es ancho y caudaloso. A la izquierda, asomado a los barandales del puente, el río majestuoso entra en la mar. A la derecha, hacia el Norte, cuando sube la marea, la corriente de agua azul, te lleva hacia Alcautin frente a Sanlúcar del Guadiana.

Vila Real do Santo Antonio es una ciudad geométrica que se asoma al Guadiana. Muchas veces al caer la tarde me siento sobre el pretil que separa el río  de la tierra firme y siento como el ambiente se llena de una paz que te hiela el alma. Tengo entre mis manos un libro del poeta popular Antonio Aleixo, leo despacio el verso corto lleno de ritmo “Fui uma noite pintar” y en la orilla opuesta como si de un pintura se tratara, España con Ayamonte que se frena en la arena de la ribera y el sol se escapa hacia el Oeste camino de América Latina. Después me refugio en la plaza cuadrangular que es el centro de la vida comercial y ocio. Me siento en la escalinata del obelisco dedicado a Pombal. En verano, todos los jueves, la plaza se llena de tenderetes donde se exponen y venden los más variados productos de toda la zona: comida, dulcería, pan, licores, cestería, bordados, encajes…

Este invierno hace sólo unos días nos desplazamos hasta Altura y visitamos lugares maravillosos como Fabrica, Cacela la Bella, Tavira y las playas de Alagoa y Manta Rota. Era un día de mucho frío y una neblina lo envolvía todo en un silencio, que al decir, de Gómez de la Serna, en Portugal, es mayor que en todo el mundo. Fabrica está rodeada de quintas, todas iguales, “Primero había una alta tapia cubierto de un musgo pardo como si llevase sobre los hombros una capa de terciopelo” como relata  en la Quinta de Palmyra, su autor. Altura, en invierno, está al final del mundo. La soledad lo llena todo. Estábamos invitados a cenar en el Restaurante O Charco. Era noche cerrada, la neblina más espesa. Luis y Rita, los propietarios, nos habían invitado a una cena entre amigos, todos pertenecientes a una sociedad gastronómica de Castro Marim. Nos reunimos cinco parejas, yo iba acompañado por María, mi esposa. Sentados alrededor de la mesa estaban Luis y Rita, Semedo y Evangelina, Joao y Ángela y Paulo y Rosa. En el centro de la mesa una cazuela de arroz con pato. Durante la comida se habló de ciento y un tema. La sobremesa tuvo un sabor especial. Recuerdo que fue larga y entretenida, también emotiva. Rita nos contó el cuento de Maria Lionça de Miguel Torga, lleno de interpolaciones de romances y cantos populares de El Algarve, pronunciaba con fuerza el comienzo del cuento que después repetía como un estribillo.  “Galafura vista da terra cha, parece o talefe do mundo”. Joao  y Ángela, a dúo, nos cantaron unos fados. Sus voces bien timbradas parecían voces angelicales, como si bajaran del cielo rompiendo el tejado a dos aguas que nos cubría. Primero cantaron  la Saudade de Coimbra, imitando al cantor de la revolución de los claveles, Afonso, dulce voz de ruiseñor encantado que llenaba los espacios y los tiempos haciéndolos infinitos. Después Ángela al estilo de Amalia Rodrigues cantó un fado de Mariza:

“Trago un fado no meu canto,
Canto a noite até ser dia.
Do meu povo trago o pranto”

          María y yo cantamos un viejo romance que encontramos hace ya algunos años en la Granada de Riotinto con interpolaciones de los romances de  García Lorca:

Esquilones de plata
Llevan los bueyes.
¿Dónde vais niña mía
de sol y nieve?

Sensación de paz, de lejanía, de soledad, de humanidad llena de afectos. Todas las mañanas desde mi terraza levanto mis brazos y susurro: ¡mi Portugal amada!

Por Fernando Durán Grande
                                                                

domingo, 30 de enero de 2011

Manifiesto por la Paz

Con motivo del Día Escolar de la Paz y la No Violencia, 30 de enero.

En la vida hay cosas de las que es difícil hablar, porque de tanto hablar de ellas hemos terminado por no saber lo que significan.   
Hoy nos reunimos aquí para hablar de paz, aunque ya no sabemos muy bien lo que la paz es.
Desde pequeños hemos aprendido que el mundo no vive en paz, podemos verlo todos los días en el telediario. Luchas, revoluciones, guerra y devastación.

También, algunas veces en nuestras familias, en nuestro grupo de amigos, en nuestro instituto. Pero todos la necesitamos, por eso hablamos de ella.

“Cuando me preguntaron sobre algún arma capaz de contrarrestar el poder de la bomba atómica yo sugerí la mejor de todas: La paz”, dijo una vez Albert Einstein, descubridor de los principios de la bomba atómica.

Vayamos al diccionario de la Real Academia, a ver si encontramos algo de luz. Paz: “Situación y relación mutua de quienes no están en guerra”. La paz parece, pues, ser antagónica a la guerra.

Pero también leo en otro lugar “que nadie se haga ilusiones de que la simple ausencia de guerra, aun siendo tan deseada, sea sinónimo de una paz verdadera. No hay verdadera paz sino viene acompañada de equidad, verdad, justicia, y solidaridad (Juan Pablo II)”.  ¡Vaya, pues! La paz es algo más que ausencia de guerra.

“Si no estamos en paz con nosotros mismos, no podemos guiar a otros en la búsqueda de la paz (Confucio)”. ¡Mira!, nos vamos orientando. Lo primero es conocernos a nosotros mismos. Pero además de mi “yo”, ¿el “otro”?,  ¿digo yo que tendrá algo que ver en esto de la paz?

“Si quieres la paz, no hables con tus amigos. Hablas con tus enemigos (Moshe Dayan)”.  Esto también me gusta, si quieres la paz, busca el diálogo.

Pero además de dialogar, algo más habrá que hacer ¿no?

Escuchad:   “La paz exige cuatro condiciones esenciales: verdad, justicia, amor y libertad (Juan Pablo II)”. Pues nada, a trabajar para que estas condiciones se den entre nosotros, en nuestro pueblo, en nuestra región. En España y en el mundo.

Y termino con un deseo: “paz en la tierra a los hombres de buena voluntad.” (Lucas 2, 14).


Por Belén María y Manuel Durán