sábado, 27 de noviembre de 2010

El Universo de Nuestros Hijos

Foto: Desde Cumbres Verdes, Granada en la noche. Diciembre de 2008

Recuerdo con emoción aquellas noches de mi niñez, vividas en el pequeño patio de mi casa; las ramas de un limonero, mecidas por la brisa, cortaban el silencio profundo de la noche oscura, en la Sierra de Aracena. Mi padre gustaba de terminar los largos día de verano con toda la familia reunida en tertulia, las luces apagadas y por techo la inmensidad de la bóveda celeste, colmada de estrellas. Le gustaba contarnos historias que siempre nos embelesaban, unas reales otras imaginadas, pero siempre muy vivas para la mente de un niño de siete años. “Papá, ¿desde qué estrella nos mira mamá?” “Fijaos…, ese conjunto de estrellas brillantes, siete, que si las unís forman la silueta de un carro… ¿Las veis? Es la Osa Menor, y ¿veis cómo brilla la que está en el extremo del mango? Se llama la estrella Polar, allí está mamá, mirándonos”…  También me encantaba contemplar la Vía Láctea, el Camino de Santiago, que en aquel tiempo me imaginaba surcado cada noche por el Santo en su corcel blanco ¿Adónde irá? Me preguntaba. Y entonces el misterio me invadía. Y me sentía pequeño, muy pequeño, ante lo sublime del espectáculo.

El hombre de todo tiempo y lugar ha contemplado la esfera celeste, espejo donde ha visto reflejada su propia imagen del mundo, y también la imagen de su universo interior. Pensemos en cómo la observación del cielo inspiró la mitología griega, y también, siglos después, el nacimiento de la filosofía en Mileto. El misterio del cielo estrellado en el Monte Sinaí también debió estremecer a Moisés en su diálogo sincero y profundo con Yahvé. Jesucristo llamó bienaventurados a los pobres de espíritu y a los perseguidos por hacer la voluntad de Dios, y les prometió el Reino de los Cielos. Más tarde, Copérnico, Brahe, Kepler, Galileo y Newton encontraron en las estrellas la esencia del pensamiento positivista que terminó por engendrar la ciencia moderna que tanto nos ha dado, y los navegantes encontraron en el firmamento guía para sus travesías de descubrimiento. Y es que el cielo ayudó siempre a humanizar la tierra y al propio hombre.

Poco a poco, las estrellas de mi niñez se han ido apagando, una a una. Hoy es difícil contemplar el cielo en todo su esplendor, la contaminación lumínica de nuestros pueblos y ciudades nos lo impiden. Y es entonces cuando tomo conciencia de que quizás sea eso lo que más nos aleja de las nuevas generaciones. Hoy el firmamento de nuestros hijos es bien diferente: lo configura una pequeña pantalla, de televisión, de ordenador o de videoconsola, y apenas unas cuantas teclas que pulsar para atender a sus deseos, o para asomarse a ese mundo nuevo que espera en el internet…. Nos queda a los padres el esfuerzo por encontrar junto a ellos el camino bajo este nuevo firmamento, que les lleve a vivir los valores que deben siempre permanecer para que el ser humano sea, eso, cada vez más humano. ¡Buen viaje!

Por Manuel Durán

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