viernes, 25 de febrero de 2011

La Calle Elvira

He crecido contemplando la naturaleza. Hoy, esa naturaleza, me llama, es casi un clamor, una imperativa llamada que transforma mi corazón y mi conducta. Soy labrador de la tierra, también su campesino. Soy labrador y pastor que vive la vida con prevención y asombro.

Amar la tierra es conocerla, asumirla y defenderla. Se ama la tierra amando la tierra cercana, esa tierra que rodea y hace singular a nuestra tierra granadina. Amo los árboles que dan sombra en el Paseo de la Bomba, los tilos del Paseo de los Tristes, la asombrosa naturaleza que rodea y sostiene a La Alhambra, al agua que fertiliza la arboleda y el plantío del Generalife, al paraíso alpujarreño, al Valle de Lecrín, a las tierras de Alhama...

Y sobre la naturaleza amo la vida. Amo la cultura, la sabiduría, al ingenio, amo al hombre, eje, criterio y fundamento de la existencia. Amo al hombre que trabaja y construye, al que piensa y crea espacios cálidos de bondad y fermento; al hombre que se esfuerza junto a otro hombre para que la realidad espacial sea gratificante. El hombre que dialoga es un dios creador porque con el diálogo crea el entendimiento y la comunión, fermenta la vida y la hace resurgir como un manantial de agua transparente.

En Granada “la sabiduría grita por las calles, en las plazas levanta su voz, desde lo alto de los muros llama, en las puertas de la ciudad (La calle Elvira al fondo) pronuncia sus arengas”. En Granada me hice persona. Granada me enseñó a amar la tierra, a las personas, a la cultura, a las costumbres, al paisaje, a la naturaleza toda. En Granada me sentí agente de sus manifestaciones y tradiciones. Desde entonces hasta hoy, muchos años ha, mi vida se llenó de naturaleza y agua. Creció la vida en mí y con la vida, la experiencia y con la experiencia el amor a todo aquello que ha hecho realidad ese sueño que es Granada




Por Fernando Durán Grande

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