lunes, 2 de mayo de 2011

LA VOCACIÓN LAICAL, TESORO DE LA IGLESIA: la vocación, la comunión y la presencia en el mundo

I.- La vocación.

            La vocación cristiana se sustenta sobre dos pilares fundamentales. La invitación de Jesucristo a seguir su proyecto de vida y la llamada a pertenecer a la comunidad creyente.

            La vocación supone un cambio sustantivo de la existencia. La llamada de Dios a través de Jesucristo, sorprende al hombre en su tarea habitual y orienta su vida hacia un punto concreto cuyo secreto se reserva Dios. El hombre toma conciencia y organiza toda su vida en relación con la llamada y descubre su itinerario existencial en la vida de Jesucristo, que pasa a ser el modelo a imitar. Vivir la vida cristiana deberá ser siempre un ejercicio que todo llamado realiza en sintonía con Jesucristo y como respuesta a su interpelación.

            La vocación nace, se regula y fundamenta en el bautismo, después se experimenta en la vida por las gracias recibidas en la confirmación y es sostenida y celebrada en la Eucaristía que se vive en la comunidad creyente, dado que la Iglesia es la depositaria de la vocación y entrega cristianas. En la Iglesia se desarrollan los carismas al sentirse amado y animado por todos los miembros de la comunidad.

            La vocación, es decir la respuesta a la llamada de Jesucristo, es un itinerario de conversión ascendente y la fe y la esperanza le dan sentido pleno. El recorrido es todo un proceso de santificación personal que responde a la pregunta: ¿qué significa para el creyente el ser hijo de Dios? Primeramente sentirte unido a Jesucristo “seguir unido a mí y yo a vosotros”, y después, poner todos mis valores, mis posibilidades, al servicio de ese sentido de unidad descubierto, que necesariamente pasa por amar la vida en los hermanos. “Este es mi mandamiento que os améis los unos a los otros como yo os he amado”.”Nadie tiene amor mayor que el que da la vida por sus amigos”.

            Es la entrega de Jesús la que da sentido, contenido y coherencia a la relación de amor con el Padre Dios. Seguir a Jesucristo siempre será un camino ascendente con una  doble posibilidad. En primer lugar será una cristología del camino en virtud de poner a Jesucristo en el centro de gravedad de los pensamientos y conducta. El creyente se deja conducir por el testimonio de vida de Jesús. En segundo lugar, Jesucristo se convierte en el camino del creyente y ese camino es un recorrido hacia la total interacción en el proyecto de Jesús que contiene la Palabra. El creyente es consciente que el Espíritu Santo es el aliento, la fuerza y el fuego que sostiene la creencia. Amar al Espíritu Santo, amar a la relación amorosa entre Dios y Cristo sumerge al creyente en la Trinidad. El creyente vive enamorado de ese amor de Dios en Jesucristo y en el Espíritu que le da sentido a la vida, que abre hacia el presente y al futuro en la esperanza. Así el creyente, el llamado, no puede vivir sin estar en contacto con los hermanos. Lucha ilusionadamente por un  mundo mejor, se implica en aquello que censura, se siente parte viva de ese hermoso tejido que es la existencia. La vida del creyente es un territorio donde el amor, la oración, la penitencia, el perdón han encontrado su sitio y sobre ellos la verdad y la justicia. El descubrimiento de la verdad en Jesucristo te hace amar la vida y vivirla desde la esperanza sobrenatural.

II.- La comunión.

            El cristiano evangeliza mediante la influencia. En este sentido la tarea misionera crea relaciones humanas en los distintos campos en los que se desarrolla la vocación cristiana y, en consecuencia, la tarea apostólica crea relaciones humanas basadas en el acompañamiento y en el compromiso con el otro.

            Siempre que participamos en una acción apostólica surge en el creyente un compromiso con la verdad. No se puede olvidar que Jesucristo es la verdad experimentada. El cristiano se esfuerza en vivir en la verdad que es participar activamente en la realización de Cristo en la vida personal, familiar, social, cultural y política. El descubrimiento de la verdad en Jesucristo nos hace amar la vida y vivir de la esperanza sobrenatural.

            La comunión se da en el seno de la Iglesia como espacio de Dios y depositaria del mensaje de Jesucristo. En la Iglesia se vive y se celebra el misterio revelado. En consecuencia la vocación cristiana se desarrolla y fortalece en la vivencia de su eclesialidad. La primera dificultad la encontramos en los criterios humanos, intelectuales y de fe en los que se argumenta el seguimiento de Cristo y la segunda en la manera de vivir el ser Iglesia. La Iglesia se manifiesta prioritariamente en su solidaridad hacia todos sus miembros y hacia el mundo, siendo hombres y mujeres disponibles, abiertos hacia y para los otros. Hombres y mujeres que crecen y hacen crecer al mundo en el culto a Dios y en la oración y viven y se desarrollan en la misión evangelizadora de los contextos sociales. Hombres y mujeres que se sienten hijos de Dios y viven la filiación compartiéndola.

            Hombres y mujeres que por el bautismo, la confirmación y la eucaristía se transforman en un espacio eclesial de santidad y de santificación y se sumergen plenamente en la dimensión trinitaria de la divinidad.

            Hombres y mujeres que saben vivir y comprender que los sacramentos específicos recibidos son dones que enriquecen y fortalecen la vivencia comunitaria de la Iglesia. Vivir la comunión es vivir en círculo la corresponsabilidad y no vivir verticalmente las exigencias comunitarias.


III.- La presencia en el mundo.
           
            La presencia del cristiano en el mundo es fundamental para crecer en la fe y en el seguimiento de Cristo.

            Siempre se siente miedo de vivir la vida sin detenimiento y esta filosofía te lleva a implicarte en todo aquello donde los hombres y uno mismo desarrollamos la existencia. Hay que procurar armonizar la vida, estructurarla, para hacer realidad esa implicación. Hay que analizar y evaluar las realidades del mundo, procurarse una información veraz de los acontecimientos culturales, sociales, políticos y científicos. El cristiano es un defensor de la verdad, de la justicia y vive la vida  desde esa radical perspectiva. La presencia del cristiano en el mundo debe ser siempre comprometida y en consecuencia conflictiva y dificultosa. Hay que renunciar a bienes personales y prebendas en defensa de los otros. Hay que renunciar a comodidades e incluso a parcelas de bienestar.

            La primera dificultad está en ser consciente, que somos personas consagradas, casa espiritual y sacerdotes por la unción del Espíritu Santo en el bautismo. La segunda dificultad es la pereza para crecer en la vida interior, espiritual, para perseverar en la oración y potenciar la vida de gracia. La tercera dificultad está en repasar los criterios intelectuales, humanos, vivenciales y sociales es los que se apoya la fe creyente. La cuarta dificultad está en comprobar si en el ejercicio de la caridad, asistencial y política, mi vida espiritual crece y es camino de santificación. La quinta dificultad está  en tomar conciencia de ser Iglesia y vivir y manifestarse con coherencia de vida; celebrar los sacramentos y recibir diariamente el sacramento de la eucaristía.

            En la vida pública la mayor dificultad está en aceptar el vivir a la intemperie y en la frontera. La vida cristiana transcurre en un contexto de increencias y agnosticismo. Esa vida te exige dar testimonio y siempre se tendrá miedo de no dar la talla de cristiano.

            Los retos son muchos y muy variados, vivimos en la riqueza que proporciona un sistema democrático y pluricultural. Vivimos en un mundo  vacío de ideas y valores, donde el pensamiento ha fracasado. En la cultura moderna ha triunfado la razón instrumental, se ha instalado la mentira y la inmoralidad. Vivir en cristiano en este mundo no es fácil. En el fondo nosotros también participamos en mayor o menor grado del consumismo, las comodidades, el hedonismo. Para superar esto un cristiano tiene que vivir la fe en Jesucristo con radicalidad y coherencia, lleno de esperanza y sabedor  que el mismo Jesucristo está implicado y que Él abrirá las puertas y ventanas para que la misión evangelizadora llene de luz el mundo.


           
Por Fernando Durán Grande

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