miércoles, 5 de octubre de 2011

MI VIDA ESCOLAR

Estudié la primaria en el Colegio de Felipe Benito, el bachillerato en el colegio de Santo Tomás de Aquino, los cursos comunes de la licenciatura de Filosofía y Letras en la Universidad de Sevilla, la especialidad de Filología Románica en la Universidad de Granada y también el doctorado. En la Universidad Central de Madrid hice el graduado en Sociología y Psicología aplicada. Posteriormente realicé un máster de Experto Universitario en Didácticas Especiales en la Universidad Complutense y estudios de teología en la Universidad de Comillas.

El edificio del Colegio de Felipe Benito era muy bonito. Mirándolo de frente tenía una torre, la entrada principal y tres clases con ventanales muy amplios. Por la entrada lateral que daba al campo de fútbol entrábamos los alumnos. Detrás un patio central y un porche que lo rodeaba. La clase cuarta daba al campo de fútbol. El lado sur y dando al patio central estaba la residencia de los Hermanos de la Doctrina Cristiana. Se entraba por la puerta principal, a la izquierda la capilla y enfrente el Salón de Actos. Había un naranjal en la parte trasera y jardines en el frontal.

Tengo muy buenos recuerdos de mi colegio. Yo estuve en él cuatro años. Ingresé en la clase cuarta y al llegar a la clase segunda abandoné el colegio para hacer el examen de ingreso en el bachillerato que entonces constaba de siete años. Fueron cuatro años de mucha felicidad. Recuerdo con mucho cariño a los hermanos Eduardo, Salomón y Tarsicio. Al hermano Tarsicio debo mi vocación lingüística literaria. Daba unas clases de lengua que te dejaba boquiabierto. Aún me emociona su capacidad para recitar, lo hacía a las mil maravillas. El hermano Salomón me inculcó el hábito de la lectura. Recuerdo que en sus clases se leía mucho, a veces en voz alta. Se leía El Quijote, Samaniego, Espronceda, Gabriel y Galán, Las Mil mejores poesías en Lengua Castellana, Azorín y Miró. Del hermano Eduardo aprendí la importancia del cumplimiento escolar, la serenidad, la sensatez, la bondad.

A diario, en el patio, nos reunían a todos los alumnos, antes de empezar las clases. Se rezaban tres Avemarías y se cantaba a la bandera de España, después en silencio y en fila nos dirigíamos a nuestras clases.

Las clases eran rectangulares con cuatro filas de bancas bipersonales. Las bancas tenían una parte fija y plana donde estaban los tinteros de tinta negra y roja; y una parte ligeramente inclinada que era una tapa que se abría y dentro estaba el cajetín donde se guardaban los cuadernos, lápices y palilleros con sus plumas. Era obligación de los alumnos mantener siempre limpio el pupitre, de vez en cuando había que limpiarlo. Los hermanos pasaban revista y te premiaban con vales que después podías canjear por libros de cuentos. Me llamaba mucho la atención el puntero que era un artilugio que a través de una lengüeta producía un sonido agudo. Lo utilizaba el maestro para que guardáramos silencio y dar la vez, por ejemplo, en la lectura en voz alta.

Se celebraban campeonatos de catecismo, entonces el Ripalda, que yo me lo sabía de memoria, preguntas y respuestas. Fui varias veces campeón del colegio.

También me gustaba mucho el estudio de la Geografía de España. Geografía descriptiva. Me sabía de memoria los ríos de España con sus afluentes, los sistemas montañosos, las comarcas, las ciudades y los pueblos. Todavía hoy, después de tanto años, los recitos de memoria. El estudio de la geografía ha sido siempre mi hobby. Tengo en mi biblioteca personal muchos libros de geografía. Cosa curiosa fue que andando el tiempo fui profesor de Geografía Lingüística en La Universidad de Granada. Aún hay más. Ahora cuando me siento cansado de estudiar o leer lengua y literatura, cojo un libro de geografía y me libero del stress. Soy un lector empedernido de los libros de viaje ya que en ellos se unen las pasiones que me inculcaron mis profesores de primaria, la geografía y la literatura. Fíjate, hoy mismo, cuando escribo estos recuerdos, tengo sobre la mesa de mi despacho “El río del olvido” de Llamazares y el de Pla “Un viaje en autobús”.

Debo mucho a mis profesores de primaria, no sólo por la afición al orden y al estudio sino también porque me dieron una incipiente formación religiosa, una base, que ha sido muy decisiva en la formación de mi personalidad.

Aún me asombra la liturgia de la Palabra que celebrábamos fuera del horario escolar. La novena a la Inmaculada era todo un lujo. El exorno del altar, las palabras del celebrante y el coro de voces blancas eran una fuente de emoción estética y religiosa.

En los recreos se jugaba mucho al frontón. Los hermanos, todos castellanos de León o Valladolid, eran muy aficionados. Se jugaba al frontón a mano. Afición que yo mantuve muchos años. En Sevilla, en la calle Sierpes, había un frontón profesional en lo que hoy es una librería y en tiempo fue un cine-teatro.

De mi casa al colegio iba andando. Terminaban las casas y había una fábrica de corcho y enfrente un campo de fútbol de tierra que después fue canódromo. Más adelante la Casa Lavadero, un caserío abandonado, que tenía dos grandes piedras delante de la puerta llenas de agujeros de tal manera que orinabas en uno y el chorro salía por otro distinto, después el paseo de las moreras y el colegio, al fin. En primavera cogíamos las hojas de las moreras para alimentar a los gusanos de seda que guardábamos, en casa, en caja de zapatos.

El colegio organizaba en horas extraescolares paseos. Así recorrimos todo el entorno del colegio: la Casa Cuna, el Cementerio de San Fernando, el Hospital de los Locos. Nos inculcaron un fuerte amor por la agricultura, visitamos granjas y huertas de alrededor. Este amor por la tierra lo he mantenido siempre a lo largo de mi vida. Con mi familia hemos paseado por la Peña de Francia, La Alpujarra, La Sierra de Aracena.

Un día inolvidable en el colegio fue el de mi primera comunión. Aún tengo en casa mi misalito y el rosario, también la orla.

De mayor estuve un día en el colegio. Todo me pareció más pequeño. Había desaparecido el naranjal pero allí estaba el campo de fútbol. Me emocioné al pasear por el porche y al asomarme a la clase segunda me pareció ver al hermano Tarsicio recitar los versos de Gabriel y Galán y allí estaba yo mismo y mi compañero Palacios emocionados. Salí del colegio a la avenida y tampoco estaban las moreras.

        
        
Por Fernando Durán Grande

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