domingo, 20 de febrero de 2011

Mi amada Portugal

He recorrido medio mundo pero si tuviera que elegir un lugar para vivir fuera de mi tierra andaluza, sería Portugal la elegida. Conozco Portugal desde Norte a Sur y de Este a Oeste. Desde Braganza y Oporto hasta Faro, y de Guarda, Elvas y Evora a Coimbra, Peniche o Lisboa. Este amor por la tierra portuguesa me lo inculcó mi madre que nació en La Raya extremeña. Recuerdo con emoción a mi madre en la cocina de la casa cantando en portugués. De niño en la aldea de La Fontañera jugaba con mis amigos al patijuelo del cachiporra y el marco que se pintaba en el suelo, la mitad quedaba en España y la otra mitad en Portugal.

He viajado por Portugal siguiendo los itinerarios que me marcaban sus escritores más significativos: Herculano, Torga, Eça de Queiroz, Galvez, Ferreira de Castro y Saramago. Cuando llegaba a una ciudad, por ejemplo, a Castelo Branco, lo primero que hacía era visitar el mercado municipal, después los monumentos y por último su gastronomía. Esta costumbre la inicié en Granada, aquel día 13 de octubre de 1957, cuando la visité y viví por primera vez. Salí de la calle Conde de las Infantas, de casa Ceferino, mi casero, hacia la Placeta de la Trinidad y de allí subiendo hacia la catedral me topé con el mercado de pescado situado por aquel entonces cerca de la Plaza de Bib-rambla. Daba gloria ver a las pescaderas con sus batas y cofias blancas pregonar la mercancía. Granada, toda su idiosincrasia, estaba allí representada. Desde entonces hasta hoy mismo siempre que visito una ciudad empiezo mi ruta por el mercado. El que más me ha impresionado es el de Coimbra.

Aunque el verano pasado me atreví a viajar al Alto Alentejo, visitando Castelo de Vide, Marvao, Portalegre, ahora mi añoranza de Portugal es el Algarve próximo. Desde la terraza de mi apartamento en La Antilla, mirando al Oeste, veo en la lejanía, pegada al horizonte, la tierra portuguesa con Monte Gordo al fondo. Todos los días como si de un rito se tratara, al levantarme corro hacia la terraza y miro al poniente y saludo como Camoens a mi Portugal amada. Leer a Camoens es una fiesta. Recuerdo mi visita a Pugna Tagi, Constancia, donde el río Zezere se mete en el Tejo haciendo un ruido infernal al choque de las corrientes del agua. En la orilla izquierda del afluente hay un monumento en memoria del patriarca de las letras portuguesas. Está sentado con los brazos en forma de regazo que te permite sentarte sobre el poeta y en sus brazos mirar el paisaje y sentir y vivir el gemir del agua.

Salgo temprano y arribo a El Algarve por el puente internacional sobre el río Guadiana que en este lugar es ancho y caudaloso. A la izquierda, asomado a los barandales del puente, el río majestuoso entra en la mar. A la derecha, hacia el Norte, cuando sube la marea, la corriente de agua azul, te lleva hacia Alcautin frente a Sanlúcar del Guadiana.

Vila Real do Santo Antonio es una ciudad geométrica que se asoma al Guadiana. Muchas veces al caer la tarde me siento sobre el pretil que separa el río  de la tierra firme y siento como el ambiente se llena de una paz que te hiela el alma. Tengo entre mis manos un libro del poeta popular Antonio Aleixo, leo despacio el verso corto lleno de ritmo “Fui uma noite pintar” y en la orilla opuesta como si de un pintura se tratara, España con Ayamonte que se frena en la arena de la ribera y el sol se escapa hacia el Oeste camino de América Latina. Después me refugio en la plaza cuadrangular que es el centro de la vida comercial y ocio. Me siento en la escalinata del obelisco dedicado a Pombal. En verano, todos los jueves, la plaza se llena de tenderetes donde se exponen y venden los más variados productos de toda la zona: comida, dulcería, pan, licores, cestería, bordados, encajes…

Este invierno hace sólo unos días nos desplazamos hasta Altura y visitamos lugares maravillosos como Fabrica, Cacela la Bella, Tavira y las playas de Alagoa y Manta Rota. Era un día de mucho frío y una neblina lo envolvía todo en un silencio, que al decir, de Gómez de la Serna, en Portugal, es mayor que en todo el mundo. Fabrica está rodeada de quintas, todas iguales, “Primero había una alta tapia cubierto de un musgo pardo como si llevase sobre los hombros una capa de terciopelo” como relata  en la Quinta de Palmyra, su autor. Altura, en invierno, está al final del mundo. La soledad lo llena todo. Estábamos invitados a cenar en el Restaurante O Charco. Era noche cerrada, la neblina más espesa. Luis y Rita, los propietarios, nos habían invitado a una cena entre amigos, todos pertenecientes a una sociedad gastronómica de Castro Marim. Nos reunimos cinco parejas, yo iba acompañado por María, mi esposa. Sentados alrededor de la mesa estaban Luis y Rita, Semedo y Evangelina, Joao y Ángela y Paulo y Rosa. En el centro de la mesa una cazuela de arroz con pato. Durante la comida se habló de ciento y un tema. La sobremesa tuvo un sabor especial. Recuerdo que fue larga y entretenida, también emotiva. Rita nos contó el cuento de Maria Lionça de Miguel Torga, lleno de interpolaciones de romances y cantos populares de El Algarve, pronunciaba con fuerza el comienzo del cuento que después repetía como un estribillo.  “Galafura vista da terra cha, parece o talefe do mundo”. Joao  y Ángela, a dúo, nos cantaron unos fados. Sus voces bien timbradas parecían voces angelicales, como si bajaran del cielo rompiendo el tejado a dos aguas que nos cubría. Primero cantaron  la Saudade de Coimbra, imitando al cantor de la revolución de los claveles, Afonso, dulce voz de ruiseñor encantado que llenaba los espacios y los tiempos haciéndolos infinitos. Después Ángela al estilo de Amalia Rodrigues cantó un fado de Mariza:

“Trago un fado no meu canto,
Canto a noite até ser dia.
Do meu povo trago o pranto”

          María y yo cantamos un viejo romance que encontramos hace ya algunos años en la Granada de Riotinto con interpolaciones de los romances de  García Lorca:

Esquilones de plata
Llevan los bueyes.
¿Dónde vais niña mía
de sol y nieve?

Sensación de paz, de lejanía, de soledad, de humanidad llena de afectos. Todas las mañanas desde mi terraza levanto mis brazos y susurro: ¡mi Portugal amada!

Por Fernando Durán Grande
                                                                

1 comentario:

  1. Me encanta como escribe la lechuza mayor. El post de hoy ha llenado de calido sol vespertino anaranjado una manana gris, humeda y fria.
    Gracias

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