domingo, 16 de enero de 2011

El día de los Santos Inocentes

El día de los Santos Inocentes tiene para mí un significado especial. Desde siempre ha sido el día que más he celebrado de la Navidad. Viviendo en Granada, allá por los años 60, varios amigos nos íbamos a Bienvenido en Monachil, y tomábamos unas migas con chorizo y huevos fritos, y por delante morcilla y jamón. El vino de la costa estaba presente. Por la mañana temprano nos citábamos en la plaza de Bib-rambla y desayunábamos chocolate con churros. Después peregrinábamos gastronómicamente por el centro, una copa aquí y otra allá, hasta las doce que usando el tranvía llegábamos a Monachil.

Mañana es 28 de diciembre y, hoy, la víspera estamos preparando la celebración de este año 2010. Los tiempos y las modas han cambiado mucho. Ya tengo la categoría de anciano y aunque el cuerpo me pide fiesta y jaleo, la celebración será pausada. Pasaremos el día en la Sierra de Aracena rodeados de castaños, encinas y vides. Saldremos de Sevilla y haremos la primera parada en la Venta de los Ángeles para desayunar una tostada con manteca “colorá”. Tenemos previsto el almuerzo en Corteconcepción, en la finca de Eloy. El menú un lomo de venado con puré de membrillo y setas, previamente daremos cuenta de una paleta ibérica.

Pasear la Sierra de Aracena es todo un privilegio. Lo he hecho en muchas ocasiones. He tenido la suerte de tener casa en Higuera de la Sierra. Salíamos la familia muy temprano de Sevilla e íbamos parando, primero en Arroyo de la Plata, después en Valdeflores y por último en Higuera de la Sierra. Algunos días hacíamos la ruta del pantano, parando en Puerto Moral para contemplar desde arriba el agua azul y la tierra llena de árboles y sonidos. Otro día nos acercábamos a Alájar, a la Peña de Arias Montano. La ruta era fascinante. De Aracena a Linares de la Sierra, Alájar, Santa Ana la Real y finalizar en Almonaster la Real. Desde la Peña se divisa un paisaje espectacular con Campofrío al fondo debajo de La Picota. Hemos pasado días enteros viviendo la naturaleza. El invierno era nuestro tiempo favorito. Si los días estaban lluviosos el encanto era superior. La lluvia, la bruma, la ligera neblina envolvían el lugar llenándolo de un aspecto singular. Bajábamos a Fuenteheridos, junto a la fuente de los doce caños y a la luz de la chimenea gozábamos de un entrañable almuerzo.

En este tiempo de invierno me encanta sentarme en la mesa camilla, el brasero entre las piernas, en la mesa mis libros de viaje. Los leo todos a la vez. Un capítulo de Alarcón, otro de Unamuno, otro de Cela, otro de Llamazares, otro de Miguel Torga. Los libros de viaje ocupan mi afición lectora en este tiempo de invierno. He viajado mucho y siempre lo he  hecho a través de la ruta que estos libros marcaban. Anoche, sin ir más lejos, estuve visitando la Alpujarra, por enésima vez, de mano de Pedro Antonio. Hicimos una parada en Murtas y después visitamos Turón para llegar a Albuñol. He sido un peregrino por estas tierras granadinas. Hace unos años, con mi hijo Manolo, visité  ese tríptico de la belleza que es el Barranco de Poqueira. Cierro los ojos y veo dibujado en mi mente, en mi corazón, los pueblos de Pampaneira, Bubión y Capileira en lo más alto. En Capileira he pasado días y noches inolvidables con mi mujer y mis tres hijos en el mesón  Poqueira con la familia García. Con Unamuno he vivido en Braga, en Guarda y sobre todo en Coimbra a la orilla del río Mondego, contemplando la ciudad reflejada en la corriente del agua. En Coimbra he soñado con Granada. La Duquesa de Abrantes, contemplando Coimbra se preguntaba: “¿Dónde podría hallarse una comarca más favorecida por el cielo? Granada, sin duda. Pero Granada es única en el mundo. Es la reina de las ciudades, con su espléndida vega. No obstante, Coimbra me parece su noble y encantadora hermana”. Amando a Granada se ama a Coimbra, dos ciudades que las sostienen el paisaje, la ribera y la vega, y la cultura, donde se construye  y vive el amor y se universaliza. Con Llamazares he visitado Tras os Montes, la bella Bragança y Miranda do Douro. Con Miguel Torga el Alto Alentejo, con Portalegre, Castelo de Vide y al norte con la apacible y señorial Castelo Branco y con Cela, al fin, la tierra de la miel y el encanto de un cielo azul interminable.

Por Fernando Durán Grande

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